Como todos sabéis, es ya muy larga la historia
reivindicativa del deseo manifestado por tantos acuarelistas en el sentido de
alcanzar una equiparación satisfactoria respecto a las obras realizadas con
otras técnicas, singularmente con el óleo, aunque parece lejana la consecución
de tales objetivos, en parte debido a prejuicios de muchos años de duración que en buena medida se
han fundamentado sobre datos erróneos o muy discutibles.
Es justo reconocer que en algunos ambientes la Acuarela ha estado
considerada, y aun lo sigue estando en la actualidad, como una variedad de arte
menor. A ello contribuyen toda una serie
de factores de distintos tipos, como los siguientes:
· La inferioridad aparente debida a un soporte más
frágil, papel versus lienzo o tablero de madera.
· El simple manchado del papel frente a la riqueza
generada por la amplia variedad de grosores que permiten los empastados de pigmentos
al óleo o médiums acrílicos.
· La servidumbre sugerida por la necesidad de
adecuada protección mediante cristal.
·
Los tamaños utilizados, relativamente pequeños
salvo en contadas obras y pintores.
· La constatación de un evidente apoyo constructivo por parte del dibujo subyacente,
a base de grafito, carbón o tintas, que algunos entienden como una especie de
muletas para la propia pintura.
· La realidad incuestionable de que a lo largo de
la historia del arte, algunos grandes artistas han usado la acuarela para la
realización de bocetos previos a obras al óleo.
Todos estos factores y otros que seguramente podríais añadir a la lista, jugarían en contra nuestra, puesto que no hacen sino mostrar una indiscutible superioridad de procedimientos antes citados.
Si bien se mira,
todos estos factores diferenciales que hemos reseñados son de carácter muy secundario, especialmente
comparados con otros de mayor relevancia, como son el concepto pictórico, el
propio lenguaje plástico utilizado y el auténtico contenido de las obras sujeto
de comparación.
Lamentablemente, opiniones de este tipo son compartidas también
por algunos galeristas, que en ocasiones muestran un indisimulado desprecio
hacia la pintura a la acuarela, lo que por regla general obedece a una simple adaptación
comercial hacia las preferencias mostradas previamente hacia las técnicas matéricas
por parte de sus propios clientes, los compradores y coleccionistas de arte.
Es justo reconocer, sin embargo, que la sucesiva mejora en
la valoración de la obra sobre papel que se va advirtiendo en ciertas
sociedades avanzadas como la norteamericana, alemana y en los países nórdicos,
está provocando cierta revisión de las posiciones.
En un sentido contrario, el menor coste promedio de la obra
sobre papel, como la acuarela, puede por sí mismo un elemento positivo para los
galerías de Arte, ya que permite ampliar el rango económico de los potenciales
compradores.
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Por el lado de los propios artistas, no hay que ocultar que
algunos no se sienten cómodos con la etiqueta
de acuarelistas, porque la consideran peyorativa, prefiriendo el término
de artistas o pintores, llegando en algún caso, como el del prestigioso artista
Jesús Lozano Saorín, a elevar protestas formales
incluso ante la RAE, con objeto de modificar las terminologías usadas. Al
parecer, estos compañeros verían cierta disociación entre los dos términos,
artista pintor y acuarelista, resultando discriminador el segundo término, con
lo cual seguiría perpetuándose su inferioridad.
No soy quien para juzgar el realismo objetivo de tal posición,
sí que las considero en cierto modo exageradas, especialmente si tenemos en
cuenta la dificultad de demostrar con claridad el carácter excluyente de ambas
denominaciones, que miradas desapasionadamente tan solo serían de carácter formal
más que de contenido, por tanto no demasiado relevante.
Si lo analizamos con rigor no podemos tampoco dejar de lado
aspectos tales como los grados de complejidad distintos de cada técnica, que
repercuten automáticamente en los tiempos necesarios para la ejecución de la
obra. En tal sentido, lo propio de la acuarela es una cierta inmediatez, siendo
excepcionales los casos de un grado tal de detallismo que requiera largos
períodos de tiempo para llevarlos a cabo.
Visto así, si sumamos un menor tiempo de ejecución, un menor
consumo de pigmentos, con costes consiguientemente menores, la gratuidad del
agua respecto a médiums y sustancias disolventes usadas en otras técnicas, el resultado
final ha de ser una obligada inferioridad en el precio de la obra acabada con
respecto a las obras acrílicas o al óleo, a igualdad de tamaños.
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Sin ninguna duda, y ésta ha sido el primum movens de esta iniciativa, es una tarea de todos el
conseguir una objetiva mejoría en cuanto al nivel artístico de las obras
producidas, si se desea andar en la
dirección adecuada.
Aunque tampoco se trata de caer en el falso espejismo derivado
del simple formato, puesto que es cierto que no necesariamente una acuarela
grande es una gran acuarela, como solía recordar Domingo Benito, excelente
acuarelista y amigo, sí que pienso que es una actitud positiva el planteamiento de nuevos retos, tratando
de vencer las dificultades añadidas que siempre supone la ejecución de obras de
tamaños superiores a los habitualmente usados.
Este esfuerzo mantenido en la propia superación es el que
antes o después consigue una mejoría en los resultados, con lo cual se está en
mejores condiciones de pedir una adecuada equiparación respecto a las demás técnicas.
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A pesar de cuanto llevo dicho, estoy plenamente convencido
de que incluso si se demostraran veraces todos los argumentos contrarios a la
técnica que cultivamos, lo seguiríamos haciendo
contra viento y marea.
No tengo datos para apoyar la hipótesis de quienes sostienen
que perteneceríamos a una especie de sociedad próxima a las consideradas secretas,
que sería el elemento diferenciador, lo que explicaría el distinto
comportamiento asociativo respecto a otras técnicas pictóricas
Más bien tengo la convicción absoluta de que los verdaderos motivos
son otros, mucho más elementales y diáfanos, los consustanciales con la propia
técnica, algunos de los cuales ya fueron
objeto de comentario en algún post anterior.
La simultánea complejidad y sencillez de la técnica, su
intrínseca espontaneidad, la simplicidad rayana en el minimalismo y la
universalmente reconocida dificultad de ejecución, en relación con factores que
escapan a nuestro control y agravados por apariencia de irreversibilidad, conformando todo un conjunto altamente provocador, singularmente atractivo, que nunca carece de imprevisibilidad
y una buena dosis de suspense respecto al resultado final, de lo que deriva necesariamente
una adicción difícil de superar.
Los especiales lazos de compañerismo generados entre quienes
compartimos este tipo de técnica
artística, no parece que sean suficientemente específicos para justificar diferencias significativas
respecto a otras técnicas pictóricas, ni siquiera con cualquier
otro tipo de actividad en grupo o asociativa.
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