Empezando como se acababa el anterior post, de nuevo la misma pregunta: ¿Es aceptable o criticable una gran
diversidad dentro de la obra de un mismo artista?
Ante todo creo que son una franca mayoría los artistas que dirigen
considerable cantidad de su esfuerzo en tratar de obtener una uniformidad
que sea visible en el conjunto de su obra, porque suele interpretarse como signo de una
cierta coherencia, madurez y personalidad, que posibilita la identificación del
autor ante la simple visión de su obra, sin necesidad de leer su firma.
Aunque eso es así, todos conocemos también otros artistas también serios
que muestran un particular polimorfismo en su producción, a veces haciendo
bandera de tal actitud. Para ellos cada obra debe ser singular, siempre
distinta y por ello valoran la similitud como un signo de debilidad, un tic
manierista, adjetivo que siempre lleva aparejado una connotación negativa. Lo
subjetivo, lo irrepetible debe primar siempre sobre el componente objetivo de
la realidad que sirve de modelo, que únicamente debe servir como activador del
proceso creativo, autónomo y variable como cada momento de nuestra vida.
Evidentemente nos estamos refiriendo a aquellos casos de
diversidad intensa y coetánea, no la que aparece en la evolución del artista en
función de su edad y condiciones biográficas, que siempre resulta conveniente, aunque
pueda adquirir diversas intensidades en cada caso concreto.
Podemos ponernos de acuerdo en que disponer de una amplia variedad de registros
siempre suele ser signo de riqueza y de capacidad, tanto cuando se refieren a
las propias temáticas (paisaje, marinas, figura, etc.) como a las gamas
cromáticas utilizadas o al propio lenguaje plástico, siempre que se atisbe cierto hilo conductor. No cabe duda de que resultará siempre más difícil defenderse de
la acusación de monotonía excesiva, sea temática, de colorido, de lenguaje o
técnica.
La respuesta acertada sobre la legitimidad del supuesto exceso en la diversidad mostrada por algún artista en concreto solamente la conoce él mismo.
Tan solo él sabe de una forma más o menos consciente los profundos motivos de su polimorfismo
pictórico, su verdad, su autenticidad, cuando van más allá de las modas,
influencias externas y de la inseguridad personal que puede producir indecisión
en cuanto al propio camino plástico en un momento dado. Como también al propio artista le corresponde la
responsabilidad de resolver el dilema, corrigiendo o manteniendo tal
diversidad.
En tales casos un observador externo, si desea ser responsable,
debe tratar de ser tolerante y respetuoso con la actitud de cada artista. Lo
que no significa que no sea más partidario de una evolución gradual que
de un estatismo absoluto, a la vez que pueda preferir constatar cierta regularidad
que interpreta como signo de una mínima convicción intelectual.
Si además el mismo observador percibe algún tipo de paralelismo entre la
evolución del conjunto de una obra y la propia experiencia personal del
artista, siente mayor tranquilidad. En todo caso, ante la duda siempre hay que escoger
la libertad para el artista.
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Aprovecho la ocasión para desear a todos unas Felices Navidades, así como los mejores augurios para el nuevo Año 2014, que ya nos está acechando desde una cercana esquina, con toda la incertidumbre de lo que está por venir, que esperemos sea cada vez más grato, ya que se está haciendo cada vez más necesario.