La simple casualidad de coincidir en el tiempo dos eventos
acuarelísticos relevantes a cargo de dos excelentes acuarelistas de nuestro
país, Jesús Lozano Saorín y Manel Plana, que practican unos lenguajes bien diferentes entre sí, me ha hecho
reflexionar sobre la necesidad de mantener siempre una actitud tolerante y lo
más abierta posible ante las formas más dispares de entender la acuarela. No
solamente eso, sino la obligación de tratar de fomentar ampliamente dicha
diversidad en aquellos ambientes que sean aptos para la divulgación del
conocimiento artístico.
Todos conocemos bien que si la acuarela ha conseguido
ganarse un pequeño espacio dentro del mundo de la pintura ha sido a través de un esfuerzo mantenido en
el tiempo y también a haber jugado sus mejores
cartas, entre las que han destacado la ortodoxia de la técnica, la exigencia de
unos mínimos requisitos de calidad respecto al soporte de papel, la
predilección por los formatos pequeños, la ejecución generalmente en pocas
sesiones, cuando no en una sola, dado el carácter propio de la técnica, que
permite aplicar sucesivas capas en espacios cortos de tiempo, siempre que se
den unas favorables condiciones de humedad.
Algunas de estas características han favorecido entre otras
cosas una mayor práctica colectiva, aprovechando salidas pictóricas hacia
lugares de interés, en las que se estrechan relaciones con otros acuarelistas.
Se dirá que ello ocurre también en cualquier otra técnica y es verdad, pero
justo es reconocer que la diversidad de posibilidades técnicas, tamaños,
soportes, etc no facilita las cosas a tales colectivos, lo que está en la raíz
misma de la prevalencia tan desigual en cuanto a los movimientos asociativos,
ampliamente extendidos entre los acuarelistas, dando lugar a unas agrupaciones activas,
algunas de ellas de largo recorrido.
Es probable que en tales movimientos no pueda excluirse
cierta actitud de defensa de los propios intereses entre los practicantes de la
acuarela, técnica que todavía hoy demasiadas personas consideran como un arte
menor, remisas a considerar pintura a nuestras aguadas. Sin embargo, se trata de opiniones
en franca regresión que solamente una mente muy radical y rigorista puede
defender con un mínimo de honestidad intelectual.
En realidad todos los condicionantes sociológicos más arriba
apuntados poseen en sí mismos un cierto efecto uniformador, por inevitable
contagio entre las formas de hacer, las conocidas influencias, que como tales han
existido y existirán siempre entre artistas de ámbitos cercanos geográficamente.
Tales influencias se hacen más patentes en el interior de aquellos grupos que
se constituyen alrededor de algún artista de más talento, que aún sin
pretenderlo llega a constituirse en un verdadero maestro, admirado por su saber
mientras se le intenta copiar de modo formal y acrítico, o escrutar inteligentemente
y en silencio, con el objeto de penetrar el secreto que se esconde dentro de la propia
excelencia.
En cualquier caso, coincideremos en que es innegable que durante estas últimas décadas las
cosas han ido cambiando de una manera sustancial, y ello por muy diferentes
motivos:
-La inquietud creciente entre los artistas plásticos,
siempre en pos de un valor fundamental, la creatividad, entendida a menudo como
diferencia, ruptura y transgresión, modelo inoculado entre los jóvenes
emergentes como una cualidad imprescindible para demostrar la propia valía.
-La movilidad geográfica, con la consiguiente apertura hacia otros naciones y
otros continentes, especialmente hacia los países europeos más adelantados y
Norteamérica, donde el arte ha sido más proclive a desarrollar todo género de las
inquietudes antes insinuadas, a lo que habría que añadirse la difusión de las filosofías del lejano oriente, desde donde han llegado formulaciones
introspectivas, desmaterializadoras, líricas, minimalistas, que ponen mayor
énfasis en espacios diáfanos y vacíos, favorables al silencio, a veces complementados
por los desahogos enérgicos y vitales del movimiento gestual, en gran parte reminiscencia de
la propia escritura oriental. Para acabar de completar la descripción debería
citar las influencias del llamado tercer mundo, con todo su primitivismo
formal, el cromatismo desbordante del arte africano y del hispanoamericano, que
presentan unas iconografías marcadas por sus particulares coordenadas culturales,
creencias y movimientos sociopolíticos.
-La hiperproducción de bienes, derivada de la industrialización y del capitalismo dominante, que ha provocado la aparición de múltiples productos
de consumo con utilidad artística, como nuevos pigmentos, multitud de
sustancias que permiten ampliar el espectro de los soportes aptos para pintar
con acuarela, aún con evidentes dificultades de incierta solución, todo hay que decirlo. En cambio, otras
limitaciones como las que tienen que ver con el tamaño de papel utilizable han
desaparecido gracias a la multitud de tamaños disponibles, desde los pequeños
cuadernos utilizados por los movimientos urban-sketchers hasta los inacabables rollos
utilizados por todos los artistas partidarios del gran formato.
Todo ello provoca condiciones favorables al abandono de
aquel estilo tan propio de la acuarela clásica, como eran aquellas acuarelas
inglesas con su esmerado dibujo subyacente, los apuntes perfectos, sus expresivas
ilustraciones, tantas y tantas filigranas fruto de un tiempo que, para bien o
para mal, era bien distinto del que nos
toca vivir hoy...
(Seguirá)
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