¿Es aceptable intentar poner algún tipo de límite a la manifiesta diversidad lograda durante las dos décadas últimas en el ámbito de la práctica acuarelística?
A buen seguro que ya el simple planteamiento de la pregunta
sería por sí mismo capaz de suscitar recelos y protestas en una gran parte de acuarelistas
que fueran consultados sobre este asunto, tal es el grado de universalidad conseguido en la
aceptación del principio de libertad creadora, hoy considerada una irrenunciable
conquista de las vanguardias del siglo pasado.
Mi intención, al plantear así el asunto, no es otro que una
saludable provocación intelectual. Por supuesto que no hay ninguna duda de que los
márgenes de la libertad creativa han de ser tan amplios como sea posible, tanto
en su aspecto estrictamente formal (temáticas, formatos, lenguajes, etc.) así como
en el técnico (soportes, materiales, procedimientos, etc.), aunque no
estaría de más añadir una precisión: siempre que no sean vulneradas o puestas en
serio compromiso aquellas condiciones que definen la naturaleza de la acuarela.
A título meramente personal, considero que entre todas las características de la acuarela, la cualidad de
la transparencia es la más esencial y
constitutiva de esta técnica pictórica. Consiguientemente, pienso que las obras
que de forma manifiesta sustituyan por opacidad
amplias zonas de la superficie
pintada, no deberían ser catalogadas como acuarela sino como técnica mixta, con
sus consiguientes efectos. De esta manera se evitaría violentar lo más
específico de la técnica.
Nótese que ello no excluiría un uso restringido de algunos
elementos total o parcialmente opacos,
-que en ciertas ocasiones pueden estar más que justificados, ante ciertas dificultades
descriptivas, o aunque fuera tan solo por la simple voluntad del artista-.
Es evidente que un enunciado así puede dar paso a polemizar sobre
qué se entiende por una zona amplia, si debería ser cuantificada en porcentajes de la superficie, etc.,
juego en el que no me atrevería a entrar y que es tarea que concierne a quienes
deben tomar decisiones en algún momento determinado, como por ejemplo desde la posición
de un comité para la selección de obras en aquellas muestras acuarelistas que lo requieran.
Como que el derecho a ser transgresor no puede ser
patrimonio exclusivo de los artistas, también puede afectar a los propios
miembros de estos comités, y de hecho es lo que ocurre en algunos casos, cuando se
observa la facilidad con que se aceptan ciertas extralimitaciones que a primera
vista parecen comprometer la naturaleza propia de la técnica.
A fin de cuentas –deben pensar- tampoco pasa nada.
Al menos mientras que una notable mayoría siga respetando las normas básicas, no existirán graves riesgos para
los intereses de la técnica acuarelística...
La supervivencia de
la Acuarela como tal exigen, en mi opinión, algunas dosis de prudencia por parte
de todos, de modo que un rechazo argumentado de ciertos planteamientos radicales
excesivamente destructores, puede ser no solamente aceptable, sino incluso
conveniente. Siempre cabe competir en modalidades más apropiadas.
Este tipo de situaciones, siempre delicadas, deben ser encaradas
todavía con mayor sensibilidad en aquellas iniciativas actuales que precisamente
pretenden de forma explícita potenciar la innovación, la experimentación, actitudes
siempre plausibles y merecedoras de todo apoyo, aunque también de cierto
discernimiento.
***
Un aspecto más a valorar en relación con la diversidad es el que tiene que ver con la
que se da dentro de la obra de un mismo artista, tema que por su propia naturaleza es más
vidrioso aún que el anterior, ya que se vincularía de modo más estrecho
con su indiscutible derecho a la libertad personal.
De nuevo la misma pregunta: ¿Es aceptable o criticable una gran diversidad dentro de la práctica de un mismo acuarelista?
De nuevo la misma pregunta: ¿Es aceptable o criticable una gran diversidad dentro de la práctica de un mismo acuarelista?
Lo dejaremos para el próximo post.