viernes, 22 de noviembre de 2013

La diversidad -3

 
¿Es aceptable intentar poner algún tipo de límite a la manifiesta diversidad lograda durante las dos décadas últimas en el ámbito de la práctica acuarelística?
 
A buen seguro que ya el simple planteamiento de la pregunta sería por sí mismo capaz de suscitar recelos y  protestas en una gran parte de acuarelistas que fueran consultados sobre este asunto, tal es el grado de universalidad conseguido en la aceptación del principio de libertad creadora, hoy considerada una irrenunciable conquista de las vanguardias del siglo pasado.
 
Mi intención, al plantear así el asunto, no es otro que una saludable provocación intelectual. Por supuesto que no hay ninguna duda de que los márgenes de la libertad creativa han de ser tan amplios como sea posible, tanto en su aspecto estrictamente formal (temáticas, formatos, lenguajes, etc.) así como en el técnico (soportes, materiales, procedimientos, etc.), aunque no estaría de más añadir una precisión: siempre que no sean vulneradas o puestas en serio compromiso aquellas condiciones que definen la naturaleza de la acuarela.
 
A título meramente personal, considero que entre todas las características de la acuarela, la cualidad de la transparencia es la más esencial y constitutiva de esta técnica pictórica. Consiguientemente, pienso que las obras que de forma  manifiesta sustituyan por opacidad amplias zonas de la superficie pintada, no deberían ser catalogadas como acuarela sino como técnica mixta, con sus consiguientes efectos. De esta manera se evitaría violentar lo más específico de la técnica.
 
Nótese que ello no excluiría un uso restringido de algunos elementos total o parcialmente opacos, -que en ciertas ocasiones pueden estar más que justificados, ante ciertas dificultades descriptivas, o aunque fuera tan solo por la simple voluntad del artista-.
 
Es evidente que un enunciado así puede dar paso a polemizar sobre qué se entiende por una zona amplia, si debería ser cuantificada en porcentajes de la superficie, etc., juego en el que no me atrevería a entrar y que es tarea que concierne a quienes deben tomar decisiones en algún momento determinado, como por ejemplo desde la posición de un comité para la  selección de obras en aquellas muestras acuarelistas que lo requieran.
 
Como que el derecho a ser transgresor no puede ser patrimonio exclusivo de los artistas, también puede afectar a los propios miembros de estos comités, y de hecho es lo que ocurre en algunos casos, cuando se observa la facilidad con que se aceptan ciertas extralimitaciones que a primera vista parecen comprometer la naturaleza propia de la técnica.
 
A fin de cuentas –deben pensar- tampoco pasa nada. Al menos mientras que una notable mayoría siga respetando las normas básicas, no existirán graves riesgos para los intereses de la técnica acuarelística...
La supervivencia de la Acuarela como tal exigen, en mi opinión, algunas dosis de prudencia por parte de todos, de modo que un rechazo argumentado de ciertos planteamientos radicales excesivamente destructores, puede ser no solamente aceptable, sino incluso conveniente. Siempre cabe competir en modalidades más apropiadas.
 
Este tipo de situaciones, siempre delicadas, deben ser encaradas todavía con mayor sensibilidad en aquellas iniciativas actuales que precisamente pretenden de forma explícita potenciar la innovación, la experimentación, actitudes siempre plausibles y merecedoras de todo apoyo, aunque también de cierto discernimiento.
 
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Un aspecto más a valorar en relación con la diversidad es el que tiene que ver con la que se da dentro de la obra de un mismo artista, tema que por su propia naturaleza es más vidrioso aún que el anterior, ya que se vincularía de modo más estrecho con su indiscutible derecho a la libertad personal.

De nuevo la misma pregunta: ¿Es aceptable o criticable una gran diversidad dentro de la práctica de un mismo acuarelista?

Lo dejaremos para el próximo post.