Es clásico reconocer que el ritmo
propio de la evolución económica ha sido siempre el de una fluctuación continua,
pudiendo variar la longitud de sus
ciclos o la intensidad de sus propias variaciones. Y ello es así tanto si se
observa desde un plano global, internacional, como en el nivel más restringido de la
economía nacional, así como también en el ámbito de nuestras propias economías
individuales y familiares.
A quienes hemos vivido esta
experiencia en diversas ocasiones a lo largo de nuestra vida no nos cabe ninguna
duda sobre la existencia de tales
oscilaciones, en cuya base existen factores primarios ligados a la propia
libertad personal, con el consiguiente riesgo de errar, así como a nuestras propias
condiciones biológicas que en sí mismas ya llevan inscrito un ritmo definido, con
tiempos para el crecimiento, para la estabilización y para el declive.
Aunque a otra escala, lo mismo
ocurre en los pequeños grupos y asociaciones, que a menudo reproducen un patrón
semejante al biológico, porque está basado en decisiones personales. A un nivel más alto aparecen otros grupos, lobbys, corporaciones, que
se reparten parcelas distintas de la economía, todos ellos dirigidos por
específicos comités en los que cuesta ya identificar un ritmo biológico, así como
la existencia de verdadera libertad, al estar todos ellos completamente interconectados
a través de la tupida red de intereses que ellos manejan. Es en estos niveles
donde empiezan las zonas de penumbra o de sombra intensa, cuando todo se hace más
opaco e inaccesible, permitiendo el paso hacia lo incontrolado, lo arbitrario, lo incomprensible.
***
Tanto las fases expansivas como
las de recesión tienen sus específicos modos de repercutir sobre la actividad artística,
que es en realidad el sujeto de estas reflexiones. Estos modos no son unívocos,
pudiendo detectarse aspectos positivos y negativos en ambas situaciones.
Durante las fases expansivas se
observa una mayor alegría, porque en ellas participan muchas personas, que alcanzan
superiores niveles de vida, lo que les permite acceder a unos servicios y
comodidades que hacen más confortable la existencia. Como los beneficios de los
principales sectores se extienden a otros más secundarios, se provoca un efecto
locomotora, que mejora la producción en prácticamente todos los sectores y la generación de riqueza
para todos.
Para el artista ello supone un
mayor movimiento en cuanto a exposiciones, con el consiguiente aumento de las
ventas, lo que automáticamente obliga a aumentar la producción, al menos en
cantidad, lo que puede ser un obstáculo para el avance cualitativo. Cuanto "todo"
se vende es relativamente fácil caer en cierta atonía creativa, cuando no en una excesiva autosuficiencia, actitud
poco propicia a una evolución ascendente. Pero al mismo tiempo estas
situaciones nos permiten alcanzar, al menos en la técnica que nos ocupa, la
acuarela, una mayor soltura en la ejecución técnica, fundamental para gozar de la
frescura que le es propia.
Si, fruto de la casualidad, el tiempo de
aparición de las ondas expansivas coinciden cronológicamente con las fases de plenitud biológica del
artista, pueden obtenerse unos resultados remarcables, con lo cual se puede
consolidar un valioso corpus artístico.
No parece oportuno en tales circunstancias
de optimismo colectivo recordar nuestras propias limitaciones humanas, romper
así la magia del momento, estropear la fiesta común, que cada parcela del mundo
artístico vive de forma distinta, con su particular modo de proceder, que no
siempre resulta ejemplar. En cualquier caso, siempre queda la posibilidad de
aprender de los errores que puedan haber provocado tales excesos de optimismo.
Por el contrario, durante las
fases de recesión aparecen otra serie
de fenómenos, que en su conjunto revisten tintes más bien tristes, deprimentes en
algunos casos, con un denominador común que es la caída de la actividad
expositiva, las ventas y los ingresos con ellas asociados.
No hace falta explicar muchos detalles
sobre esta situación, que es la que estamos viviendo ya desde hace años en
nuestro país, afectando a todos los sectores económicos hasta niveles no conocidos
desde hace muchas décadas.
Entre los artistas plásticos, y
no sólo entre ellos, se ha extendido
como una densa niebla que no permite ver con suficiente claridad nuestro
entorno. Todo lleva un mismo mensaje, siempre victimista o pesimista ante la
incierto de la salida. La interminable lista de conocidas galerías que ya han cerrado
o están a punto de hacerlo, la evolución de ventas a niveles preocupantes para
su supervivencia, con la inevitable tentación de forzar nuevas condiciones
contractuales con sus artistas, cambios que por lo general van siempre en detrimento
de estos últimos, que siempre son el eslabón más frágil de la cadena.
Algunas personas con
experiencia y ánimo constructivo sugieren que tales momentos son los más
adecuados para tratar de pintar con mayor calma y precisión, pudiendo realizar así
obra de mayor nivel artístico. Sin duda que algunos artistas también lo sienten
así y lo consiguen, aunque tras el contacto con otros pintores tengo la
impresión de que no son las reacciones habituales,
siendo más corriente la reducción del ritmo de producción, a veces hasta un nivel
que pone en riesgo la propia continuidad.
Tales reacciones son muy
comprensibles, fruto de un ánimo depresivo que provocaría un desinterés hacia la
propia actividad, con la subsiguiente falta de estímulo para la realización de nuevas
obras, la apertura de nuevos proyectos. Las dificultades se acrecientan entre aquellos
artistas cuya economía depende exclusivamente de su propia actividad artística,
agudizándose más entre los cincuenta y sesenta años, cuando suelen ser mayores
las necesidades familiares.
Pero es que también se resienten
los ánimos de los jóvenes que se sitúan ante la disyuntiva de dedicarse o no al
Arte, que ellos viven con un lógico desasosiego y que a mí me produce especial
tristeza cuando lo pienso. Es cierto que la falta de expectativas para los
jóvenes no es exclusiva del sector artístico. También es verdad que el
conocimiento y la práctica de cualquier técnica artística es siempre enriquecedora
a nivel personal. Como lo es que la conocida expresión “trabajar por amor al
arte” debe tener sus motivos.
Pero siempre le acecha a uno la
duda, vistos los innumerables problemas que se les presentan con tal decisión, de si no será mejor desaconsejar la
elección, de si no les estaremos haciendo un flaco favor cuando les invitamos a
participar, a pintar, más aun si se trata de acuarela, que siempre ha sido la
menos favorecida por las preferencias de los que visitan las galerías de arte o
coleccionan pintura.
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