Parece que existiría bastante acuerdo en que existen algunos
rasgos que podríamos calificar como una cierta predisposición artística que,
aun siendo difíciles de identificar con precisión, sugieren algún componente
genético, por más que requieran ciertas condiciones ambientales propicias para
su manifestación. Como tampoco puede negarse que en otras ocasiones son unas
concretas situaciones personales, de apariencia arbitraria, aleatoria, que
aparentemente desencadenan vocaciones artísticas en condiciones particularísimas
que a veces sorprenden por lo anecdótico.
Como la mayoría de las actividades humanas, también las
artísticas han sido sujeto de estudios científicos sesudos, a cargo de las
neurociencias, la biología molecular, estudios funcionales y de neuroimagen,
que personalmente siempre me han resultado inquietantes, por un innato recelo a
que dichos estudios pudieran ceder ante tentaciones de dominio, de conductismo en
sentido utilitarista, llevando a la práctica ideologías de tendencia
determinista, que en dichas circunstancias estarían sancionadas por la
autoridad, al estar sustentadas en pruebas. En un estudio de Jean-Pierre Changeux que ha caído en mis manos incluso se llega a analizar el probable fundamento biológico del simple coleccionismo artístico.
Sin entrar en valoraciones sobre la autenticidad de una base genética, sin haberse llegado a unos grados de conocimiento de la realidad que permitan una manipulación como la antes expresada, parece que sí existiría cierto consenso en la presencia de una cualidad, que solemos describir como sensibilidad. Algo así como una especial receptividad hacia la belleza, análoga a la que aparece cuando el sujeto de valoración es de orden ético en forma de una manifiesta preocupación por el grado de bondad de las acciones humanas. Y en cierto sentido como las que se dan en el plano intelectual, en forma de un movimiento de atracción y de interés hacia el conocimiento, la sana preocupación de alcanzar lo verdadero, la realidad de las cosas.
Del artista y de su elevación se espera justamente una
actitud suficientemente desvinculada del poder y de todos aquellos intereses
basados simplemente en un utilitarismo inmediato, que se manifestaría por una
posición independiente y libre, fruto de una conciencia honesta sensible hacia
lo bello y hacia lo bueno. Algo similar se espera también del intelectual y del
científico, por el mero hecho de contar con una mente privilegiada.
De tales expectativas surje el impacto que tienen ante el resto de la sociedad las actitudes de los artistas y de los intelectuales, evidentemente proporcionales a su verdadera talla.
De ahí la multitud de ejemplos que la historia ha dado a
través de científicos, pensadores y
artistas, que han sabido permanecer críticos frente a los desmanes del
poder, cuando éste se desliza hacia comportamientos despóticos.
En el ámbito artístico es ya tradicional la ayuda prestada hacia colectivos desprotegidos, muy en especial aquellos relacionados con la enfermedad, muy particularmente ante ciertos tipos de trastornos ante los que la Medicina no consigue dar con soluciones satisfactorias.
Todos conocemos variados tipos de subastas, tantas exposiciones
cuyos ingresos económicos son total o parcialmente dedicados a colectivos
frágiles, como los que pertenecen al tercer mundo o a las áreas que soportan
mayores tasas de desempleo, tantos y tantos proyectos bien distintos entre sí,
pero siempre con el común denominador de la solidaridad.
De tal forma se cumple en mayor o menor grado una cierta función social, que parece exigible a quienes están en condiciones de ceder parte de sus energías, de su producción artística, de modo que contribuiría a la bidireccionalidad propia de la justicia. De todas formas, tales actitudes no pueden pretenderse de obligado cumplimiento, ya que siempre debe primar la decisión libre de cada artista, que en demasiados casos y muchos momentos de su vida no deja de pertenecer también a un grupo vulnerable.
En otras ocasiones se trata de posicionamientos de oposición a
determinados proyectos, cuando se perciben comprometidos otros valores
que se consideran justos, como ocurre en tantos y tantos desajustes,
desequilibrios, cuando no despropósitos, que suelen provocar
repercusiones negativas sobre la propia sociedad. Constituye un elemento positivo el cultivo de la sensibilidad social, que nos permite
tanto el alivio de los problemas presentes mediante la acción como la prevención de otros futuros mediante la oposición constructiva y pacífica hacia hechos que hacen previsibles más problemas que beneficios.
Siempre desde una prudente distancia, siempre desde la objetividad. No cabe duda que ésta será también una forma
digna de ser artistas.
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