Tal vez sólo se trate de algún complejo arrastrado a lo largo de mi experiencia artística personal, algo así como un tic, que tiendo a hablar con frecuencia de la necesidad de ser consciente de lo que llevamos entre manos mientras pintamos acuarelas.
Han sido largos años de pintar como simple actividad recreativa, algunas veces rutinaria, en los que el inmediato bienestar obtenido con los propios ejercicios, en general al aire libre, aprovechando cualquier ocasión, una simple excursión familiar o bien las propias vacaciones, ya justificaba por sí mismo la práctica de tales actividades.
Pintar del natural, al aire libre, con la principal preocupación puesta en una resolución aceptable de los problemas lumínicos, ambientales, resultaba casi siempre una experiencia agradable.
No sentía una tensión excesiva, a lo sumo la propia de ciertas dificultades técnicas que se acentúan en algunas fases de la ejecución. Pero en cierto sentido pintaba como caminaba, como hablaba, como respiraba… casi sin darme cuenta.
Imperceptiblemente pensaba en clave figurativa, impresionista o postimpresionista y mis preocupaciones básicas eran la forma, la luz y el color.
Después de todo, mi dedicación a la acuarela era secundaria, no constituía mi actividad profesional y modus vivendi, como muy a menudo ocurre entre los acuarelistas. Es por ello que no sentí una especial zozobra cuando surgieron desde mi interior algunas preguntas, que al principio aparecían de modo esporádico, más tarde con una mayor frecuencia, hasta llegar a ser molestas, casi obsesivas: Qué estás haciendo, cómo lo haces, por qué y para qué lo haces, por qué lo haces así y no de otra manera…
En realidad, todas tenían alguna respuesta relativamente simple, trivial. Si cualquiera de vosotros os las planteáis, posiblemente las responderéis con bastante facilidad.
Sin embargo, entre dichas preguntas, el por qué y el por qué así eran y siguen siendo para mí las más incómodas, las más difíciles de responder, al menos si uno lo intenta hacer con cierto rigor y coherencia.
Sentirse interpelado y responsable de dar una respuesta satisfactoria a esas cuestiones es una forma muy útil para todos aquellos que siguen considerando su práctica como una actividad de tipo recreativo. Tratar de obtener respuestas con una mínima seriedad constituye una tarea muy positiva, aunque para ello debemos soslayar algunas tentaciones como la autocomplacencia fácil o la de un exceso de exigencia, que nos pinta de negro todo el camino que queda por recorrer.
Si uno es lo suficientemente íntegro para no autoengañarse con frases hechas tales como “porque me apetece”, “porque me divierto”, “porque es la única afición que tengo”, “porque no lo sé hacer de otra forma”, etc, nos acercaremos al buen camino.
Tal posicionamiento lleva casi de inmediato a plantearse cualquier aspecto que pueda ser modificado, con objeto de obtener mejores resultados y progresar.
Quizá pintar sin obligaciones ni compromisos propios o con terceros, siempre con el ánimo de progresar, y observar mucho de los mejores para intentar acercarte a ellos aunque con un estilo propio sea más que un estímulo.
ResponderEliminarSaludos.
Has dicho mucho en pocas palabras. La primera parte necesita condiciones de libertad, especialmente en forma de tiempo, del que no siempre disponemos, como bien sabes. La segunda supone dosis de humildad y objetividad que son claves en el camino. Al menos el que nos lleva a lo mejor de nuestras posibilidades. Gracias, Sergio y mucha suerte.
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